Jean Uroz comienza componiendo sus obras en forma de collages, ensamblando en una computadora varias imágenes encontradas, que chocan y responden entre sí hasta que resuenan. Choque frontal entre la Edad Media europea y el Japón atemporal, por ejemplo, iluminaciones góticas y kimonos. El artista impone un tema - fue durante mucho tiempo que los cuentos occidentales se fusionaron con el Japón clásico, recientemente es la Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel - como un hilo conductor que recorre decenas de obras y varios años. Crea en serie, como un modisto monta colecciones. Define por un tiempo un universo específico, dentro del cual cada tabla se refiere a todas las demás, como tantas facetas de un mismo prisma.

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Muchas de sus obras pintadas se inspiran así en los cuentos de los hermanos Grimm o Perrault, reproducidos por las neo-geishas modernas. Vemos bellezas asiáticas con enigmáticas sonrisas superpuestas a escenas de batallas medievales, donde los caballeros con armadura se matan entre sí con espadas y lanzas. Dos culturas y dos épocas lejanas, pero similares en ciertos aspectos, que se responden más allá del tiempo y el espacio. El rey Arturo de niño se identifica con el Emperador del Sol Naciente. Pensamos que estamos ante un estampado de ukiyo-e, antes de reconocer en primer plano a una Alicia tatuada con un conejo kawai. El resultado es una sensación de misterioso equilibrio en la unión de los contrarios, entre lo femenino y lo masculino, Oriente y Occidente, la sensualidad y la violencia, la pintura realista y el dibujo estilizado, la modernidad y la antigüedad, el yin y el yang.

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Las pinturas de Jean Uroz desprenden una sensación de calma y paz, suavidad y armonía. Se abren a un mundo onírico, tanto realista como deliberadamente fuera de la realidad. Un universo extraño pero seductor, surrealista pero familiar, que nunca da miedo. El aspecto decorativo asumido, la búsqueda del equilibrio en la composición, la armonía en los colores, el perfeccionismo estético o simplemente, la búsqueda de la belleza, es también lo que fascina al artista en la cultura clásica japonesa.

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A partir de los cuentos, percibió el significado alquímico oculto, el mensaje transmitido y oculto por los símbolos. Sus pinturas están llenas de detalles, que hay que tomarse el tiempo para observar y descifrar: está lo que ve el ojo, y detrás, debajo, significados ocultos, superpuestos, capas de interpretaciones sucesivas, asociaciones de ideas, dobles sentidos. El artista es el único poseedor de las llaves. Cuando habla de sus pinturas, abre ciertas puertas. Pero, modestamente, a veces prefiere no decir demasiado que revelar demasiado.

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Jean Uroz pone su impresionante saber hacer y su comprobado dominio de las técnicas pictóricas al servicio de la búsqueda de la belleza y el equilibrio formal, la elegancia y la pureza estética, la inocencia de fondo. Su arte ofrece un refugio, en los sueños de épocas remotas o culturas lejanas, como para olvidar aunque sea por un momento el caos y la pérdida de sentido del mundo contemporáneo.

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Lars Kophal,

Periodista y Freelance content writer